Cookie Consent by FreePrivacyPolicy.com Imagen del ferrocarril en el grabado y la pintura durante el siglo XIX

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La ilustración impresa más antigua de una locomotora parece haber sido el grabado “Catch me who can”, situada en el reverso de las entradas expedidas por Richard Trevithick para su exposición de Euston Road en 1808. Los dibujos son en el siglo XIX son el testimonio del nacimiento del ferrocarril en el mundo.


(03/04/2004) 

Posteriormente, encontramos la primera ilustración publicada en 1812 en el “Leeds Mercury”; la segunda es una aguatinta de “El Minero”, con una locomotora Blenkinsop en 1813, y con su característica rueda dentada, que engranaba una cremallera paralela a la vía; un año más tarde, aparece la imagen de otra locomotora Blenkinsop en el “Monthly Magazine” (Inglaterra). Esta locomotora de vapor se convirtió en una imagen nacional e incluso internacional. Su imagen volverá a aparecer en la “Encyclopaedia Londoniensis” de 1816.
Otro momento importante fue la presencia de ilustraciones de locomotoras Blenkinsop en la tercera edición de “Observations on a General Iron Way”, de 1822, donde se observan estas máquinas de vapor arrastrando coches de viajeros y vagones de mercancías. Incluso, la imagen de este medio de transporte traspasa el soporte tradicional para aparecer en jarrones, tazones y platos, especialmente realizados para el mercado alemán.
El ferrocarril, bajo su versión industrializada y moderna, fue obra del ingeniero británico George Stephenson a comienzos del siglo XIX, siendo este modelo de transporte el resultado de un proceso de cambio de las estructuras económicas, sociales y técnicas, en cuya relación el medio físico y el territorio jugaron un importante papel. Este medio de transporte aparece en diversas ilustraciones, siendo las primeras de 1817 en el “Repertory of Arts”. Igualmente, el artista escocés James Duffield Harding realizó el encargo de dos pequeñas litografías de la línea inaugurada en 1822, que enlazaba una mina con la localidad de Hetton Staithes (Inglaterra). En las litografías, se podía observar un par de locomotoras Stephenson, junto a una mina. Este artista realizó diversos grabados con motivos industriales: locomotoras, transportes de minerales, barcos, industrias textiles, para finalmente recogerse en el paisaje natural. Evidentemente, este modelo fue desplazando al Blenkinsop, tal y como se aprecia en los documentos y grabados de la época.
El ferrocarril de Stockton & Darlington, construido bajo la dirección de George Stephenson en 1825, se puede observar en una litografía de J. Bousefield, que refleja el día de su inauguración. Esta misma escena aparecerá más tarde en un óleo pintado por John Dobbin.

Uso partidista

En Inglaterra, durante los años 1830 y 1840, comienzan una serie de batallas legales entre los promotores del ferrocarril y sus oponentes, así como verdaderas luchas de bandas entre las compañías de ferrocarril que se disputaban las rutas. Dentro de este contexto socio-económico, la pintura y el grabado empezaron a dar testimonio de todos estos hechos. No obstante, observamos una nueva fuente de creación, que popularizó la imagen del ferrocarril. Estamos hablando de la caricatura, que fue creada para ironizar y burlarse de la era del vapor. Estas caricaturas eran publicadas tanto en panfletos como en periódicos. El objetivo de muchas de estas era minar la confianza del ciudadano ante estos nuevos inventos, de ahí que la temática se acercará a accidentes, fallos mecánicos, explosiones, es decir, toda una amalgama de imágenes caóticas y estridentes.
Entre los principales dibujantes, que arremetieron contra el ferrocarril, encontramos a George y Robert Cruickshank, Henry Alken y Hugh Hughes. A principios del siglo XIX, la competencia entre diferentes medios de transporte era evidente, lo que conllevaba en muchos casos el propio sabotaje. En este sentido, estos cronistas y dibujantes de la burla solían ilustrar estos fatídicos acontecimientos.


La inauguración de la línea Liverpool & Manchester, en 1830, supuso prácticamente el arrinconamiento del transporte de canales y carreteras, por este motivo, desde la competencia se plantó cara y batalla a su desarrollo, mediante obstáculos legales promovidos por la Cámara de los Lores y de los Comunes, así como mediante la agresión y el chantaje a técnicos e ingenieros, siendo apoyadas todas estas campañas y acciones por el poder social de la caricatura, con la creación de todo tipo de panfletos.
Con objeto de defender la imagen del ferrocarril y en especial la emergente y última línea Liverpool & Manchester, los directores del ferrocarril encargaron el desarrollo de su documentación e imagen a Rudolf Ackermann, editor de libros de viajes, mobiliario, decoración, arquitectura, pintura y dibujo. Ackermann utilizó técnicas ya existentes y las perfeccionó, especialmente, desarrollando la litografía y cromolitografía, una vez que el proceso de la aguatinta ya se había quedado anticuado. Numerosos artistas relacionados con Ackermann realizaron obras con una temática cercana al nuevo medio de transporte, por ejemplo, Augustus Welby Pugin realiza el aguafuerte “Puentes de ferrocarril en estilo antiguo” en 1843; W.L. Walton presenta “Estación de Thurgarton, ferrocarril de Nottingham y Lincoln” de 1846; y Thomas H. Hair “Antigua locomotora Wylam Colliery” de 1843. En cualquier caso, entre los diferentes artistas, selecciona a Thomas Talbot Bury, uno de los discípulos de Pugin, para ilustrar la línea Liverpool & Manchester. Sus primeros grabados a la aguatinta datan de 1831. Un año más tarde, se reimprime una edición con estos grabados en inglés, español e italiano. Estas aguatintas coloreadas a mano fueron mejoradas notablemente por los grabadores G. Pyall y S.G.Hughes. Posteriormente, Ackermann editó algunos de los grabados de I. Shaw y S.G. Hughes, coloreados a mano y donde se observan vistas de esta línea con el título “Viajando en el Ferrocarril de Liverpool a Manchester”, de este primero, y especialmente “Los placeres del ferrocarril” de S.G. Hughes, ambas de 1831.
En cualquier caso, a partir de 1849, la documentación gráfica sobre el ferrocarril sufrió un importante descenso. A mediados del siglo XIX, el interés emergente que había sacudido todas las ilustraciones fue sustituido por los grandes puentes y las grandes construcciones, sin olvidarnos de la botadura de enormes buques de hierro de 3.000 toneladas, impulsados por hélices. No obstante, se encuentran puntuales cromolitografías como “El ferrocarril metropolitano cerca de Paddington”, de Samuel John Hodson, en 1863.

Nueva temática

Mediante el ferrocarril, el artista se traslada a los grandes centros artísticos en busca de academias y talleres; de igual manera, se agiliza el viaje para visitar exposiciones y museos, conocer a otros artistas y relacionarse con coleccionistas y marchantes de arte. Esta alteración de la percepción del viaje se debe a la facilidad para realizar grandes trayectos en un tiempo más corto. Incluso, el ferrocarril resulta un elemento que se integra dentro de una nueva concepción del paisaje y que evidentemente llega a competir con los elementos naturales y habituales de los paisajes decimonónicos.
Las estaciones invitan a los artistas al viaje, buscando nuevos paisajes que copiar, tal y como lo realizaba el pintor belga Carlos de Haes, junto con otros jóvenes pintores. Con el ferrocarril, se genera una nueva temática que amplia las perspectivas visuales del artista. Este es el caso de Darío de Regoyos, que aúna esfuerzos por el paisaje impresionista, así como por el paisaje industrial, claramente enmarcado dentro de las nuevas temáticas emergentes. Vázquez Díaz es otro de esos creadores que reúne en sus lienzos el paisaje natural en clara conexión con el paisaje industrial.
La presencia del ferrocarril supuso un nuevo acicate para la temática de la pintura en la segunda parte del siglo XIX. Son numerosos los artistas que fundamentan parte de sus trabajos en esta nueva maquinaría, caso del francés Georges d’Espagnat con “La llegada de un tren a la estación”, de 1896. Curiosamente, mantiene un encuadre similar respecto a la pionera cinta de Lumiére “L’arrivée d’un train”, rodada un año antes en la estación de Lyon. Anteriormente, William Turner, en 1843, se anticipa a esta y otras muchas obras con “El Gran F.C. del Oeste, lluvia, vapor y velocidad”.
Mientras Charles Dickens arremetía contra el nuevo paisaje industrial y los cambios que producían en la población, los jóvenes artistas parecían imbuidos en esta vorágine de transformación industrial. Por ejemplo, cuando Charles Dickens publica su “Dombey and Son”, en 1844, Turner expone en la Royal Academy “Lluvia, vapor, velocidad”, a modo de gran homenaje a la era victoriana del vapor. Entre los diferentes artistas de la era del vapor, no podemos dejar de lado a John Cooke Bourne, discípulo de John Pye, uno de los grabadores favoritos de Turner, que pinta también la construcción del ferrocarril de Londres a Birmingham, incluyendo el desmonte pertinente en la zona de Candem Town, el cual había sido criticado con dureza por Charles Dickens. Igualmente, Bourne realizó tempranos dibujos sobre las excavaciones que se debían realizar en Candem Town para esta línea, en 1836, así como “Peones trabajando en el ferrocarril de Londres a Birminghan” y su serie de túneles y estaciones de ferrocarril, de 1837. Igualmente, George Schard realizó dibujos en torno a estas excavaciones y la construcción de la línea ferroviaria; y Thomas Miles Richardson, junto a sus hijos y sus nietos, se dedicaron a pintar un gran número de temas relacionados con el ferrocarril.
Una de las primeras representaciones del ferrocarril en la pintura española fue realizada por el toledano Gallego y Álvarez, en 1851, donde se observa una pequeña locomotora encuadrada bajo la vista de El Escorial. Posteriormente, numerosos pintores se adentrarían en esta temática, caso de Jenaro Pérez Villamil, con “Inauguración del ferrocarril de Langreo por la Reina Gobernadora. Entrada del tren en Gijón”, de 1852, donde se conmemora la creación del ferrocarril de la minería del carbón en Asturias. El origen de esta obra no se sabe si fue originado por el propio artista, que quiso representar este importante motivo o bien pudo ser un encargo de la Reina Gobernadora, accionista de la empresa que llevó a cabo las obras para la construcción.
Jenaro Pérez Villamil mantuvo un claro interés por la documentación de los inicios de los ferrocarriles. Evidentemente, se sintió muy atraído por la innovación industrial y tecnológica del ferrocarril, de ahí el cuadro “Explosión de una locomotora”, donde se intenta captar el estallido de una locomotora. Igualmente, Mariano Fortuny Marsal en “Descarrilamiento de un tren. Catástrofe del Pontón del Alabern”, de 1863, representa uno de los fenómenos que más solía llamar la atención por la época, como era el accidente ferroviario, aspecto ampliamente tratado en las ilustraciones de la época, pero que no era muy común en la pintura, siendo este uno de los poco ejemplos que aborda este tema. Realmente, durante este periodo fueron numerosos los descarrilamientos de trenes y los choques, en general, accidentes vistosos por sus explosiones. Será a partir de 1855, con la ley de ferrocarriles, cuando empiecen a aparecer señales visuales y de oído con las que se pretendían ordenar el tráfico de las líneas y ante todo evitar este tipo de accidentes.
Darío de Regoyos, aunque nativo de Ribadesella, estuvo más vinculado con el País Vasco, siendo los motivos industriales, fábricas, puentes metálicos, puertos y ferrocarriles parte de su repertorio temático y pictórico. Se adentra en el mundo industrial por su padre, el arquitecto Darío de Regoyos y Molenillo, cuya estancia en Asturias se relaciona con el establecimiento del ferrocarril de Langreo. Entre sus principales obras relacionadas con el ferrocarril, debemos destacar “Viaducto de Ormaiztegui”, “Descarga en Pasajes” y “Tren en marcha”. En el primero de estos cuadros, se puede observar uno de los primeros viaductos de hierro, que se hicieron en España, donde se combina una locomotora con el paisaje natural, generando una muestra de motivos antagónicos, es decir, humo y nubes, hierro y naturaleza, que se funden en una nueva composición.
Con motivo de su primera exposición con el grupo de L’Essor, cuatro de las nueve obras que envía tienen algún tipo de relación con el ferrocarril, destacando especialmente “Viernes Santo en Castilla”, de 1904, donde se contraponen simbólicamente el progreso del tren que cruza el puente y la permanencia de las tradiciones, simbolizadas por el paso de una procesión que pasa por debajo. Este tipo de confrontación simbólica se puede observar en otros cuadros, por ejemplo, “Pancorbo. El tren que pasa”, con el choque virtual entre la velocidad del tren y la quietud del pueblo castellano atravesado por las vías; “El tren de las 16 horas, noviembre San Sebastián”, de 1900; “El paso del tren” y “El túnel de Pancorbo”, ambas de 1902.
José Uría y Uría, en “Talleres del Ferrocarril de Norte”, ensalza la maquinaría estructurada por una composición de diagonales. Por otra parte, el gijonés Juan Martínez Abades pinta temas de trabajo industrial, generalmente vinculados con temáticas portuarias. Sus vistas del puerto de Gijón también tienen relación con el mundo del ferrocarril, a donde este medio de transporte solía llegar, generando un cambio de imagen entre el antiguo puerto pesquero y el emergente puerto industrial. Entre las vistas portuarias, relacionadas con la presencia de este símbolo mecanizado de la industrialización, encontramos “Ferrocarril costero” y “Tren en Pajares”, ambos de mediados de 1890, donde se muestra el contraste de las locomotoras humeantes y el propio paisaje natural.
Bajo las emergentes vanguardias históricas, encontramos numerosos ejemplos, en especial, deberíamos destacar a los impresionistas franceses, que tuvieron la oportunidad de pintar lejos de la ciudad y del taller, impulsando la pintura á plein air, debido a que podían desplazarse con mayor facilidad gracias al tren. Este medio de transporte les permitió ampliar su repertorio de imágenes y además la emanación del vapor les supuso un interesante campo de estudio, de ahí cuadros como “Tren en la nieve” (1875) y las ocho versiones diferentes de “La estación de Saint-Lazare” (1877) de Claude Monet. Para la realización de estos lienzos, el tren que partía hacia Normandia fue retrasado en varias ocasiones con el objetivo de que el pintor consiguiera un efecto lumínico de mayor precisión y calidad. Como buen impresionista, la luz del sol matiza las nubes de vapor, produciendo un color azulado, generando una notable impresión ambiental. Por otra parte, Edouard Manet y Alfred Sisley también hacen alusión a este símbolo de la modernidad, caso de “En la estación” (1872-73) del primero y “La estación del tren en Sévre” (1879), de este último.

1 KLINGENDER, F.D. Arte y Revolución Industrial, Madrid, Ensayos Arte Cátedra, 1983, p. 230.
2 FERNÁNDEZ AVELLO, M. El padre de Darío de Regoyos y el ferrocarril de Langreo, Oviedo, Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, nº 107, 1982, p. 738.